jueves, 28 de febrero de 2008

Memorias de un presidiario, vol. 1

Abo era de un país del África negra, realmente nunca supe de cuál, pero en realidad nos importaba un pito. Durante el tiempo que llevaba entre rejas se había ganado el afecto de muchos compañeros porque era un tipo afable y simpático. A pesar de sus casi dos metros de altura y tener más similitud con un armario que con un ser humano, su mezcla de inglés africano con el típico español malhablado que suelen balbucear todos estos morenos, le hacía parecer un tipo bastante tratable y nada violento. En un módulo donde la mayoría eran violatas, pederastas y maltratadores, la gente como yo, que estaba allí por un asesinato, veía a este hombre como un santo, un tipo que simplemente estaba entalegado por un problema con la policía a la hora de resolver sus papeles de residencia legal en España. A todos nos parecía algo sumamente raro e injusto, pero ya teníamos bastante con lo nuestro como para reparar en los problemas de aquel puto negro.

Aquel día comenzó a circular la noticia de que, en realidad, Abo estaba allí por pegarle palizas a su mujer, una fulana del Barrio de la Luz a la que casi se carga en su última acometida. Aunque nadie nos lo confirmaba con toda seguridad, tenía bastante más lógica que la versión del africano, sobre todo porque su historia de los papeles tenía muchas lagunas y especialmente porque, a fin de cuentas, estaba en el módulo donde se ubicaba a todos los maltratadores. Como ya he dicho, algunos estábamos allí por otros delitos, era el caso del etarra, que nadie sabía cómo se llamaba y que era el único preso que no compartía chabolo. También había un chavalillo que había robado una moto, o eso decía, y algún otro compañero de andanzas que al igual que yo, había sesgado la vida de alguien por la razón que fuera.

El compañero de chabolo de Abo era uno de estos homicidas. De vez en cuando tenía tendencias esquizofrénicas, pero cuando estaba tranquilo y de buen humor era un tipo bastante agradable. Era de poca estatura pero musculoso, pasaba bastante tiempo en el gimnasio, escuchando música o paseando por el patio. Sus grandes aficiones eran el café y el grupo británico Queen. La mayoría de presos le conocían puesto que tenía una máquina de tatuar bastante rudimentaria, se podía casi decir que era el tatuador oficial del talego. Por esa razón y por su decoración en brazos y piernas era conocido como "el Tatus". Se comentaba que estaba allí por clavarle un hacha en la cabeza a un moro, pero el caso es que nunca se atisbó en él el menor indicio de agresividad, también es verdad que nadie tuvo jamás la intención de mediar provocación alguna hacia él.

La relación entre Abo y el Tatus siempre había sido muy cordial, posiblemente eran los dos compañeros de chabolo que mejor se llevaban en todo el módulo, respetándose el uno al otro de forma realmente ejemplar. Cuando aquel día los rumores sobre el pasado de Abo llegaron a los oídos de todos, la mayoría estábamos disgustados y decepcionados por las mentiras del africano, pero en el caso del Tatus fue una noticia que directamente le cambió el aspecto. En todo el día no salió del chabolo, como si una idea fija le rondara la cabeza y no le dejara ni tan siquiera mover las piernas hacia otro sitio. Fue entonces cuando cayó la noche y todos nos metimos en nuestras celdas, a pasar esas últimas horas del día entre rejas mientras nos entraba el típico sueño que acababa por derrotarnos. Yo estaba justo enfrente del chabolo que compartían Abo y el Tatus y ésta fue la escena que entonces pude presenciar:

El Tatus estaba sentado con la mirada fija en la pared, cuando Abo entró no mediaron palabra y el africano tranquilamente comenzó a arreglar la litera de arriba, que era la que le correspondía. Pronto Abo se giró ante la pasividad inexpresiva de su compañero y le espetó: "¿qué te pasa, amigo, que hoy no hablas, te ha pasado alguna cosa, por qué estás tan serio?". El Tatus entonces levantó la mirada hacia él y con voz ronca simplemente dijo: "me he enterado de lo que le hacías a tu mujer". En aquel momento Abo se estremeció y comenzó a sentir pánico. El Tatus, poniéndose en pie y clavando sus ojos en los del moreno con auténtico odio, prosiguió: "cualquier día de estos, cuando estés durmiendo, yo te voy a hacer a ti lo mismo que tú le hacías a tu mujer". Automáticamente el pánico se apoderó de Abo, que comenzó a golpear la reja como un poseso mientras gritaba: "¡funcionario, socorroooo, sáquenme de aquí, este tío está locooo, socorroooo!"

El negro fue trasladado de módulo al día siguiente, después de pasarse, lógicamente, la noche en vela. A los pocos días se le concedió el tercer grado al Tatus, no sé si por aquella anécdota o porque realmente le correspondía, que es lo más lógico, pero el caso es que no volví a verle nunca más. Una vez que acabé mi estancia en prisión, en alguna ocasión tuve la mala suerte de verme envuelto en alguna pelea en bares o locales de mala reputación. A pesar de que nunca salí mal parado, en esas ocasiones me venía a la mente la mirada de odio del Tatus sobre Abo aquella famosa noche. En esos momentos deseaba tener allí a un tipo con semejante sangre fría y olfato asesino peleando a mi lado. Jamás olvidaré esa mirada.
 
Clicky Web Analytics